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Poemas Amado Nervo

  • David Irais García Valenzuela
  • 17 ene 2016
  • 4 Min. de lectura

¡QUIÉN SABE POR QUÉ!

Perdí tu presencia,

pero la hallaré

pues oculta ciencia

dice a mi conciencia

que en otra existencia

te recobraré.

Tú fuiste en mi senda

la única prenda

que nunca busqué;

llegaste a mi tienda

con tu noble ofrenda,

¡quién sabe por qué!

¡Ay!, por cuánta y cuánta

quimera he anhelado

que jamás logré...,

y en cambio, a ti, santa,

dulce bien amado,

te encontré a mi lado,

¡quién sabe por qué!

Viniste, me amaste;

diez años llenaste

mi vida de fe,

de luz y de aroma;

en mi alma arrullaste

como una paloma

¡quién sabe por qué!

Y un día te fuiste.

¡Ay triste!, ¡Ay triste!;

pero te hallaré;

pues oculta ciencia

dice mi conciencia

que en otra existencia

te recobraré.

SI ME DAN A ESCOGER...

Si me dan a escoger una tarde,

quiero aquélla que, augusta y tranquila,

se despide; la que sin alarde

muere en calma sobre un fondo lila...

Si me dan a escoger una bella,

quiero aquella, nada más aquella

que, del alma mitad, la completa

(un lucero en su frente)

¡Si me dan a escoger una estrella,

quiero ir a una estrella violeta!

EL SECRETO

Hay un screto en tus ojos azules

un gran secreto escondido,

y hay al mirarte, señora,

una pregunta en los míos...

¿Cuál es la pregunta? ¿Cuál es el secreto?

¡Yo lo sé de sobra, pero no lo digo!

Tú bien que lo sabes, pero te lo callas...

Digámoslo entrambos, si te place,

a un mismo tiempo y de manera que nadie lo escuche:

con los trémulos labios unidos...

¡PULLES MEA!

Muchachita mía,

Gloria y ufanía

De mi atardecer,

Yo sólo tenía

La santa alegría

De mi poesía

Y de tu querer.

¿Por qué te partiste?

¿Por qué te me fuiste?

Mira que estoy triste,

Triste, triste, triste,

Con tristeza tal

Que mi cara mustia

Deja ver mi angustia

Como si fuera de cristal.

Muchachita mía,

¡Qué sola, que fría

Te fuiste aquel día!

¿En qué estrella estas?

¿En qué espacio vuelas?

¿En qué qué mar rïelas?

¿Cuándo volverás?

-¡Nunca, nunca más!

SI TÚ ME DICES «¡VEN!»

Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo...

No volveré siquiera la mirada

para mirar a la mujer amada...

Pero dímelo fuerte, de tal modo

que tu voz, como toque de llamada,

vibre hasta el más íntimo recodo

del ser, levante el alma de su lodo

y hiera el corazón como una espada.

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo.

Llegaré a tu santuario casi viejo,

y al fulgor de la luz crepuscular;

mas he de compensarte mi retardo,

difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo y

de perfume sutil, ante tu altar!

ME BESABA MUCHO

Me besaba mucho, como si temiera

irse muy temprano... Su cariño era

inquieto, nervioso.

Yo no comprendía

tan febril premura. Mi intención grosera

nunca vio muy lejos...

¡Ella presentía!

Ella presentía que era corto el plazo,

que la vela herida por el latigazo

del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad

quería dejarme su alma en cada abrazo,

poner en sus besos una eternidad.

GRATIA PLENA

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía

su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...

El ingenio de Francia de su boca fluía.

Era llena de gracia, como el Avemaría.

¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,

rubia y nevada como Margarita sin par,

el influjo de su alma celeste amanecía...

Era llena de gracia, como el Avemaría.

¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Cierta dulce y amable dignidad la investía

de no sé qué prestigio lejano y singular.

Más que muchas princesas, princesa parecía:

era llena de gracia como el Avemaría.

¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía

dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar

y cadencias arcanas halló mi poesía.

Era llena de gracia como el Avemaría.

¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;

pero flores tan bellas nunca pueden durar!

¡Era llena de gracia, como el Avemaría,

y a la Fuente de gracia, de donde procedía,

se volvió... como gota que se vuelve a la mar!

SEIS MESES

¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido

un beso, una palabra, un hálito, un sonido...

y, a pesar de mi fe, cada día evidencio

que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...

Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos,

qué vértices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos

burlaran mi deseo febril y omnipotente

de venir por las noches a besarte en la frente,

de bajar con la luz de un astro zahorí,

a decirte al oído: No te olvides de mí.

Y tú, que me querías tal vez más que te amé,

callas inexorable, de suerte que no sé

sino dudar de todo, el alma, del destino,

¡y ponerme a llorar en medio del camino!

Pues con desolación infinita evidencio

que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...

MI SECRETO

¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido

de amores por un ser desaparecido,

por un alma liberta,

que diez años fue mía, y que se ha ido...

¿Mi secreto? Te lo diré al oído:

¡Estoy enamorado de una muerta!

¿Comprendes -tú que buscas los visibles

transportes, las reales, las tangibles

caricias de la hembra, que se plasma

a todos tus deseos invencibles-

ese imposible de los imposibles

de adorar a un fantasma?

¡Pues tal mi vida es y tal ha sido

y será!

Si por mí sólo ha latido

su noble corazón, hoy mudo y yerto,

¿he de mostrarme desagradecido

y olvidarla, no más porque ha partido

y dejarla, no más porque se ha muerto?


 
 
 

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