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Poemas de Federico García Lorca.

  • César Méndez.
  • 18 ene 2016
  • 5 Min. de lectura

En la corrida más grande

que se vio en Ronda la vieja.

Cinco toros de azabache,

con divisa verde y negra.

Yo pensaba siempre en ti;

yo pensaba: si estuviera

conmigo mi triste amiga,

¡mi Marianita Pineda!

Las niñas venían gritando

sobre pintadas calesas,

con abanicos redondos

bordados de lentejuelas.

Y los jóvenes de Ronda

sobre jacas pintureras,

los anchos sombreros grises

calados hasta las cejas.

La plaza con el gentío

(calañés y altas peinetas)

giraba como un zodíaco

de risas blancas y negras.

Y cuando el gran Cayetano

cruzó la pajiza arena

con traje color manzana,

bordado de plata y seda,

destacándose gallardo

entre la gente de brega

frente a los toros zaínos

que España cría en su tierra,

parecía que la tarde

se ponía más morena.

¡Si hubieras visto con qué

gracia movía las piernas!

¡Qué gran equilibrio el suyo

con la capa y la muleta!

Ni Pepe-Hillo, ni nadie

toreó como él torea.

Cinco toros mató; cinco,

con divisa verde y negra.

En la punta de su espada

cinco flores dejó abiertas,

y a cada instante rozaba

los hocicos de las fieras,

como una gran mariposa

de oro con alas bermejas.

la plaza, al par que la tarde,

vibraba fuerte, violenta,

y entre el olor de la sangre

iba el olor dela sierra.

Yo pnsaba siempre en ti;

yo pensaba: si estuviera

conmigo mi triste amiga,

¡mi Marianita Pineda!...

Mariposa del aire,

qué hermosa eres,

mariposa del aire,

dorada y verde.

Luz de candil,

mariposa del aire,

¡quédate ahí, ahí, ahí...

No te quieres parar,

pararte no quieres.

Mariposa del aire,

dorada y verde.

Luz de candil,

mariposa del aire,

¡quédate ahí, ahí, ahí!...

¡Quédate ahí!

Mariposa, ¿estás ahí?

Cuando se abre en la mañana,

roja como sangre está;

el rocío no la toca

porque se teme quemar.

Abierta en el mediodía

es dura como el coral.

El sol se asoma a los vidrios

para verla relumbrar.

Cuando en las ramas empiezan

los pájaros a cantar

y se desmaya la tarde

en las violetas del mar,

se pone blanca, con blanco

de una mejilla de sal.

Y cuando toca la noche

blanco cuerno de metal

y las estrellas avanzan

mientras los aires se van,

en la raya de lo oscuro

se comienza a deshojar.

Mi manzano

tiene ya sombra y pájaros.

¡Qué brinco da mi sueño

de la luna al viento!

Mi manzano

da a lo verde sus brazos.

¡Desde marzo, cómo veo

la frente blanca de enero!

Mi manzano...

Mi manzano...

Lluvia.

La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje. Es un besar azul que recibe la Tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante. Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras y en el alma tristeza de lo que no se sabe. La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible con la inquietud cercana del color de la carne. El amor se despierta en el gris de su ritmo, nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, pero nuestro optimismo se convierte en tristeza al contemplar las gotas muertas en los cristales. Y son las gotas: ojos de infinito que miran al infinito blanco que les sirvió de madre. Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan lo que la muchedumbre de los ríos no sabe. ¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, la que llorosa y triste sobre las cosas caes! ¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente las rosas de mi pecho con tus sonidos abres. El canto primitivo que dices al silencio y la historia sonora que cuentas al ramaje los comenta llorando mi corazón desierto en un negro y profundo pentagrama sin clave. Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, tristeza resignada de cosa irrealizable, tengo en el horizonte un lucero encendido y el corazón me impide que corra a contemplarte. ¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman y eres sobre el piano dulzura emocionante; das al alma las mismas nieblas y resonancias que pones en el alma dormida del paisaje!

El canto de la miel.

La miel es la palabra de Cristo, el oro derretido de su amor. El más allá del néctar, la momia de la luz del paraíso. La colmena es una estrella casta, pozo de ámbar que alimenta el ritmo de las abejas. Seno de los campos tembloroso de aromas y zumbidos. La miel es la epopeya del amor, la materialidad de lo infinito. Alma y sangre doliente de las flores condensada a través de otro espíritu. (Así la miel del hombre es la poesía que mana de su pecho dolorido, de un panal con la cera del recuerdo formado por la abeja de lo íntimo) La miel es la bucólica lejana del pastor, la dulzaina y el olivo, hermana de la leche y las bellotas, reinas supremas del dorado siglo. La miel es como el sol de la mañana, tiene toda la gracia del estío y la frescura vieja del otoño. Es la hoja marchita y es el trigo. ¡Oh divino licor de la humildad, sereno como un verso primitivo! La armonía hecha carne tú eres, el resumen genial de lo lírico. En ti duerme la melancolía, el secreto del beso y del grito. Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo. Dulce como los vientres de las hembras. Dulce como los ojos de los niños. Dulce como las sombras de la noche. Dulce como una voz. O como un lirio. Para el que lleva la pena y la lira, eres sol que ilumina el camino. Equivales a todas las bellezas, al color, a la luz, a los sonidos. ¡Oh! Divino licor de la esperanza, donde a la perfección del equilibrio llegan alma y materia en unidad como en la hostia cuerpo y luz de Cristo. Y el alma superior es de las flores, ¡Oh licor que esas almas has unido! El que te gusta no sabe que traga un resumen dorado del lirismo.

Alba.

Mi corazón oprimido siente junto a la alborada el dolor de sus amores y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva semillero de nostalgias y la tristeza sin ojos de la médula del alma. La gran tumba de la noche su negro velo levanta para ocultar con el día la inmensa cumbre estrellada. ¡Qué haré yo sobre estos campos cogiendo nidos y ramas, rodeado de la aurora y llena de noche el alma! ¡Qué haré si tienes tus ojos muertos a las luces claras y no ha de sentir mi carne el calor de tus miradas! ¿Por qué te perdí por siempre en aquella tarde clara? Hoy mi pecho está reseco como una estrella apagada.

A Margarita.

Margarita: Cada rosa

tiene un rumorcillo de agua,

y un dolor de estrella viva

bajo sus hojas heladas.

Llegan como niñas chicas

a tu mano delicada

bajo el ardiente jardín

moreno de tus pestañas.

Quisiera haberlas cogido

en un jardín de Granada,

y haberme herido los dedos

con espinas de sus ramas.

¡Ojalá que pronto puedas

correr por altas montañas,

libre de tu camerino

como una corza en llamas!

Abierta estaba la rosa,

pero la tarde llegaba,

y un rumor de nieve triste

le fue pesando las ramas;

cuando la sombra volvía,

cuando el ruiseñor cantaba,

como una muerte de pena

se puso transida y blanca;

y cuando la noche, grande

cuerno de metal sonaba

y los vientos enlazados

dormían en la montaña,

se deshojó suspirando

por los cristales el alba.


 
 
 

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