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Poemas de Ramón López Velarde

  • yeidenfm
  • 18 ene 2016
  • 4 Min. de lectura

Libro: poesías completas y el minutero.

Aun imposible

Me arrancaré, mujer, el imposible amor de melancólica plegaria, y aunque se quede el alma solitaria huirá la fe de mi pasión risible. Iré muy lejos de tu vista grata y morirás sin mi cariño tierno, como en las noches del helado invierno se extingue la llorosa serenata. Entonces, al caer desfallecido con el fardo de todos mis pesares, guardaré los marchitos azahares entre los pliegues del nupcial vestido. Huerfano..

Huérfano quedará mi corazón, alma del alma, si te vas de ahí, y para siempre lloraré por ti enfermo de amorosa consunción.

Triste renuncio a las venturas todas de tu suave y eterna compañía, hoy que se apaga, con la dicha mía, el altar que soñé para mis bodas.

Y el templo aquel de claridad incierta y tú, como las vírgenes vestida, brillarán en la noche de mi vida como la luz de la esperanza muerta.

Color de cuento

¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos en que quiso la infancia regalarnos un cuento! Dormida por centurias en un bosque opulento, despertaste a la blanda caricia de mis manos. Y después, sin que fueran los barbudos enanos o las almas en pena a turbar el contento del señorial palacio, en dulce arrobamiento unimos nuestras vidas como buenos hermanos. Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente no eres tú; la ilusión de trinos musicales se fue para otros climas, y pacíficamente celebraré contigo mis regios esponsales, al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente, en la paz evangélica de los campos natales. Libro: Obras

Para tus dedos ágiles y finos

Doy a los cuatro vientos los loores de tus dedos de clásica finura que preparan el pan sin levadura para el banquete de nuestros amores. Saben de las domésticas labores, lucen en el mantel su compostura y apartan, de la verde, la madura producción de los meses fructidores. Para gloria de Dios, en homenaje a tu excelencia, mi soneto adorna de tus manos preclaras el linaje, y el soneto dichoso, en las esbeltas falanges de mis índices se torna una sortija de catorce vueltas.

Me estás vedada a tú

¿Imaginas acaso la amargura que hay en no convivir los episodios de tu vida pura? Me está vedado conseguir que el viento y la llovizna sean comedidos con tu pelo castaño. Me está vedado oír en los latidos de tu paciente corazón (sagrario de dolor y clemencia), la fórmula escondida de mi propia existencia. Me está vedado, cuando te fatigas y se fatiga hasta tu mismo traje, tomarte en brazos, como quien levanta a su propia ilusión incorruptible hecha fantasma que renuncia al viaje. Despertarás una mañana gris y verás, en la luna de tu armario, desdibujarse un puño esquelético, y ante el funerario aviso, gritarás las cinco letras de mi nombre, con voz pávida y floja, ¡Y yo me hallaré ausente de tu final congoja! ¿Imaginas acaso mi amargura impotente? Me estás vedada tú... Soy un fracaso de confesor y médico que siente perder a la mejor de sus enfermas y a su más efusiva penitente.

Del pueblo natal

Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle desahuciada por todos, iré por los caminos por donde vais cantando los más sonoros trinos y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle. A la hora del Angelus, cuando vais por la calle, enredados al busto los chales blanquecinos, decora vuestros rostros —¡oh rostros peregrinos!— la luz de los mejores crepúsculos del valle. De pecho en los balcones de vetusta madera, platicáis en las tardes tibias de primavera que Rosa tiene novio, que Virginia se casa; y oyendo los poetas vuestros discursos sanos para siempre se curan de males ciudadanos, y en la aldea la vida buenamente se pasa.

Ella

Esta novia del alma con quien soñé en un día fundar el paraíso de una casa risueña y echar, pescando amores, en el mar de la vida mis redes, a la usanza de la edad evangélica, es blanca como la hostia de la primera misa que en una azul mañana miró decir la tierra, luce negros los ojos, la túnica sombría y en un ungir las heridas las manos beneméritas. Dormir en paz se puede sobre sus castos senos de nieves, que beatos se hinchan como frutas en la heredad de Cristo, celeste jardinero; tiene propiedades hondas y los labios de azúcar y por su grave porte se asemeja al excelso retrato de la Virgen pintado por San Lucas. Flor temprana

Mujer que recogiste los primeros frutos de mi pasión, ¡con qué alegría como una santa esposa te vería llegar a mis floridos jazmineros! Al mirarte venir, los placenteros cantares del amor desgranaría, colgada en la risueña galería, la jaula de canarios vocingleros. Si a mis abismos de tristeza bajas y si al conjuro de tu labio cuajas de botones las rústicas macetas, te aspiraré con gozo temerario como se aspira en un devocionario un perfume de místicas violetas. Del seminario

Hoy que la indiferencia del siglo me desola sé que ayer tuve dones celestes de contino, y con los ejercicios de Ignacio de Loyola el corazón sangraba como al dardo divino. Feliz era mi alma sin que estuviese sola: había en torno de ella pan de hostias, el vino de consagrar, los actos con que Jesús se inmola y tesis de Boecius y de Tomás de Aquino. ¿Amor a las mujeres? Apenas rememoro que tuve no sé cuáles sensaciones arcanas en las misas solemnes, cuando brillaba oro de casullas y mitras, en aquellas mañanas en que vi muchas bellas colegialas: el coro que a la iglesia traían las monjas Teresianas.

Yo creo que los poemas de Ramon son muy profundos y lo que escribia era lo que asociaba con el mundo rela lo que veia lo que pensaba.


 
 
 

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