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POEMAS DE RUBÉN DARÍO

  • José Fernando Muñoz Garza
  • 19 ene 2016
  • 8 Min. de lectura

POEMAS DE RUBÉN DARÍO

PRIMAVERAL

en AZUL...

por Rubén Darío

PRIMAVERAL

Mes de rosas. Van mis rimas

En ronda, a la vasta selva,

A recoger miel y aromas

En las flores entreabiertas.

Amada, ven. El gran bosque

Es nuestro templo, allí ondea

Y flota un santo perfume

De amor. El pájaro vuela

De un árbol a otro y saluda

Tu frente rosada y bella

Como a un alba; y las encinas

Robustas, altas, soberbias,

Cuando tú pasas agitan

Sus hojas verdes y trémulas,

Y enarcan sus ramas como

Para que pase una reina.

¡Oh, amada mía! Es el dulce

Tiempo de la primavera.

Mira en tus ojos, los míos,

Da al viento la cabellera,

Y que bañe el sol ese oro

De luz salvaje y espléndida.

Dame que aprieten mis manos

Las tuyas de rosa y seda,

Y ríe, y muestren tus labios

Su púrpura húmeda y fresca.

Yo voy a decirte rimas,

Tú vas a escuchar risueña;

Si acaso algún ruiseñor

Viniese a posarse cerca,

Y a contar alguna historia

De ninfas, rosas o estrellas,

Tú no oirás notas ni trinos,

Sino, enamorada y regia,

Escucharás mis canciones

Fija en mis labios que tiemblan.

¡Oh, amada mía! Es el dulce

Tiempo de la primavera.

Allá hay una clara fuente

Que brota de una caverna,

Donde se bañan desnudas

Las blancas ninfas que juegan.

Ríen al son de la espuma,

Hienden la linfa serena,

Entre polvo cristalino

Esponjan sus cabelleras,

Y saben himnos de amores

En hermosa lengua griega,

Que en glorioso tiempo antiguo

Pan inventó en las florestas.

Amada, pondré en mis rimas

La palabra más soberbia

De las frases, de los versos,

De los himnos de esa lengua;

Y te diré esa palabra

Empapada en miel hiblea...

¡Oh, amada mía! en el dulce

Tiempo de la primavera.

Van en sus grupos vibrantes

Revolando las abejas

Como un áureo torbellino

Que la blanca luz alegra;

Y sobre el agua sonora

Pasan radiantes, ligeras,

Con sus alas cristalinas

Las irisadas libélulas.

Oye: canta la cigarra

Porque ama al sol, que en la selva

Su polvo de oro tamiza

Entre las hojas espesas.

Su aliento nos da en un soplo

Fecundo la madre tierra,

Con el alma de los cálices

Y el aroma de las yerbas.

¿Ves aquel nido? Hay un ave.

Son dos: el macho y la hembra.

Ella tiene el buche blanco,

Él tiene las plumas negras.

En la garganta el gorjeo,

Las alas blandas y trémulas;

Y los picos que se chocan

Como labios que se besan.

El nido es cántico. El ave

Incuba el trino, ¡oh, poetas!

De la lira universal,

El ave pulsa una cuerda.

Bendito el calor sagrado

Que hizo reventar las yemas,

¡Oh, amada mía, en el dulce

Tiempo de la primavera!

Mi dulce musa Delicia

Me trajo una ánfora griega

Cincelada en alabastro,

De vino de Naxos llena;

Y una hermosa copa de oro,

La base henchida de perlas,

Para que bebiese el vino

Que es propicio a los poetas.

En la ánfora está Diana,

Real, orgullosa y esbelta,

Con su desnudez divina

Y en su actitud cinegética.

Y en la copa luminosa

Está Venus Citerea

Tendida cerca de Adonis

Que sus caricias desdeña.

No quiero el vino de Naxos

Ni el ánfora de esas bellas,

Ni la copa donde Cipria

Al gallardo Adonis ruega.

Quiero beber el amor

Sólo en tu boca bermeja.

¡Oh, amada mía!, en el dulce

Tiempo de la primavera!

Invernal

Rubén Darío

Noche. Este viento vagabundo lleva

las alas entumidas

y heladas. El gran Andes

yergue al inmenso azul su blanca cima.

La nieve cae en copos,

sus rosas transparentes cristaliza;

en la ciudad, los delicados hombros

y gargantas se abrigan;

ruedan y van los coches,

suenan alegres pianos, el gas brilla;

y si no hay un fogón que le caliente,

el que es pobre tirita.

Yo estoy con mis radiantes ilusiones

y mis nostalgias íntimas,

junto a la chimenea

bien harta de tizones que crepitan.

Y me pongo a pensar: ¡Oh! ¡Si estuviese

ella, la de mis ansias infinitas,

la de mis sueños locos

y mis azules noches pensativas!

¿Cómo? Mirad:

De la apacible estancia

en la extensión tranquila

vertería la lámpara reflejos

de luces opalinas.

Dentro, el amor que abrasa;

fuera, la noche fría;

el golpe de la lluvia en los cristales,

y el vendedor que grita

su monótona y triste melopea

a las glaciales brisas.

Dentro, la ronda de mis mil delirios,

las canciones de notas cristalinas,

unas manos que toquen mis cabellos,

un aliento que roce mis mejillas,

un perfume de amor, mil conmociones,

mil ardientes caricias;

ella y yo: los dos juntos, los dos solos;

la amada y el amado, ¡oh Poesía!

los besos de sus labios,

la música triunfante de mis rimas,

y en la negra y cercana chimenea

el tuero brillador que estalla en chispas.

¡Oh! ¡Bien haya el brasero

lleno de pedrería!

Topacios y carbunclos,

rubíes y amatistas

en la ancha copa etrusca

repleta de ceniza.

Los lechos abrigados,

las almohadas mullidas,

las pieles de Astrakán, los besos cálidos

que dan las bocas húmedas y tibias.

¡Oh, viejo Invierno, salve!

puesto que traes con las nieves frígidas

el amor embriagante

y el vino del placer en tu mochila.

Sí, estaría a mi lado,

dándome sus sonrisas,

ella, la que hace falta a mis estrofas,

esa que mi cerebro se imagina;

la que, si estoy en sueños,

se acerca y me visita;

ella que, hermosa, tiene

una carne ideal, grandes pupilas,

algo del mármol, blanca luz de estrella;

nerviosa, sensitiva,

muestra el cuello gentil y delicado

de las Hebes antiguas;

bellos gestos de diosa,

tersos brazos de ninfa,

lustrosa cabellera

en la nuca encrespada y recogida

y ojeras que denuncian

ansias profundas y pasiones vivas.

¡Ah, por verla encarnada,

por gozar sus caricias,

por sentir en mis labios

los besos de su amor, diera la vida!

Entre tanto hace frío.

Yo contemplo las llamas que se agitan,

cantando alegres con sus lenguas de oro,

móviles, caprichosas e intranquilas,

en la negra y cercana chimenea

do el tuero brillador estalla en chispas.

Luego pienso en el coro

de las alegres liras.

En la copa labrada, el vino negro,

la copa hirviente en cuyos bordes brillan

con iris temblorosos y cambiantes

como un collar de prismas;

el vino negro que la sangre enciende,

y pone el corazón con alegría,

y hace escribir a los poetas locos

sonetos áureos y flamantes silvas.

El Invierno es beodo.

Cuando soplan sus brisas,

brotan las viejas cubas

la sangre de las viñas.

Sí, yo pintara su cabeza cana

con corona de pámpanos guarnida.

El Invierno es galeoto,

porque en las noches frías

Paolo besa a Francesca

en la boca encendida,

mientras su sangre como fuego corre

y el corazón ardiendo le palpita.

¡Oh crudo Invierno, salve!

puesto que traes con las nieves frígidas

el amor embriagante

y el vino del placer en tu mochila.

Ardor adolescente,

miradas y caricias;

cómo estaría trémula en mis brazos

la dulce amada mía,

dándome con sus ojos luz sagrada,

con su aroma de flor, savia divina.

En la alcoba la lámpara

derramando sus luces opalinas;

oyéndose tan sólo

suspiros, ecos, risas,

el ruido de los besos,

La música triunfante de mis rimas,

y en la negra y cercana chimenea

el tuero brillador que estalla en chispas.

Dentro, el amor que abrasa;

fuera, la noche fría.

A UN POETA

en AZUL...

por Rubén Darío

A UN POETA

Nada más triste que un titán que llora,

Hombre-montaña encadenado a un lirio,

Que gime fuerte, que pujante implora:

Víctima propia en su fatal martirio.

Hércules loco que a los pies de Onfalia

La clava deja y el luchar rehusa,

Héroe que calza femenil sandalia,

Vate que olvida a la vibrante musa.

¡Quién desquijara los robustos leones,

Hilando esclavo con la débil rueca;

Sin labor, sin empuje, sin acciones;

Puños de fierro y áspera muñeca!

No es tal poeta para hollar alfombras

Por donde triunfan femeniles danzas:

Que vibre rayos para herir las sombras,

Que escriba versos que parezcan lanzas.

Relampagueando la soberbia estrofa,

Su surco deje de esplendente lumbre,

Y el pantano de escándalo y de mofa

Que no lo vea el águila en su cumbre.

Bravo soldado con su casco de oro

Lance el dardo que quema y que desgarra,

Que embiste rudo como embiste el toro,

Que clave firme, como el león, la garra.

Cante valiente y al cantar trabaje;

Que ofrezca robles si se juzga monte;

Que su idea, en el mal rompa y desgaje

Como en la selva virgen el bisonte.

Que lo que diga la inspirada boca

Suene en el pueblo con palabra extraña;

Ruido de oleaje al azotar la roca,

Voz de caverna y soplo de montaña.

Deje Sansón de Dálila el regazo:

Dálila engaña y corta los cabellos.

No pierda el fuerte el rayo de su brazo

Por ser esclavo de unos ojos bellos.

Los tres reyes magos

Rubén Darío

lV

-Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.

Vengo a decir: La vida es pura y bella.

Existe Dios. El amor es inmenso.

¡Todo lo sé por la divina Estrella!

-Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.

Existe Dios. Él es la luz del día.

La blanca flor tiene sus pies en lodo.

¡Y en el placer hay la melancolía!

-Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro

que existe Dios. Él es el grande y fuerte.

Todo lo sé por el lucero puro

que brilla en la diadema de la Muerte.

-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.

Triunfa el amor y a su fiesta os convida.

¡Cristo resurge, hace la luz del caos

y tiene la corona de la Vida!

Por el influjo de la primavera

Rubén Darío

- II -

Por el influjo de la primavera

Sobre el jarrón de cristal

hay flores nuevas. Anoche

hubo una lluvia de besos.

Despertó un fauno bicorne

tras un alma sensitiva.

Dieron su olor muchas flores.

En la pasional siringa

brotaron las siete voces

que en siete carrizos puso

Pan.

Antiguos ritos paganos

se renovaron. La estrella

de Venus brilló más límpida

y diamantina. Las fresas

del bosque dieron su sangre.

El nido estuvo de fiesta.

Un ensueño florentino

se enfloró de primavera,

de modo que en carne viva

renacieron ansias muertas.

Imaginaos un roble

que diera una rosa fresca;

un buen egipán latino

con una bacante griega

y parisiense. Una música

magnífica. Una suprema

inspiración primitiva,

llena de cosas modernas.

Un vasto orgullo viril

que aroma el odor di femina;

un trono de roca en donde

descansa un lirio.

¡Divina Estación! ¡Divina

Estación! Sonríe el alba

más dulcemente. La cola

del pavo real exalta

su prestigio. El sol aumenta

su íntima influencia; y el arpa

de los nervios vibra sola.

¡Oh, Primavera sagrada!

¡Oh, gozo del don sagrado

de la vida! ¡Oh, bella palma

sobre nuestras frentes! ¡Cuello

del cisne! ¡Paloma blanca!

¡Rosa roja! ¡Palio azul!

Y todo por ti, ¡oh alma!

Y por ti, cuerpo, y por ti,

idea, que los enlazas.

¡Y por Ti, lo que buscamos

y no encontraremos nunca,

jamás!

Rubén Darío

Marina

Mar armonioso.

mar maravilloso,

tu salada fragancia,

tus colores y músicas sonoras

me dan la sensación divina de mi infancia

en que suaves las horas

venían en un paso de danza reposada

a dejarme un ensueño o regalo de hada.

Mar armonioso,

mar maravilloso

de arcadas de diamante que se rompen en vuelos

rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,

espejo de mis vagas ciudades de los cielos,

blanco y azul tumulto

de donde brota un canto

inextinguible,

mar paternal, mar santo,

mi alma siente la influencia de tu alma invisible.

Velas de los Colones

y velas de los Vascos,

hostigadas por odios de ciclones

ante la hostilidad de los peñascos;

o galeras de oro,

velas purpúreas de bajeles

que saludaron el mugir del toro

celeste, con Europa sobre el lomo

que salpicaba la revuelta espuma.

Magnífico y sonoro

se oye en las aguas como

un tropel de tropeles,

¡tropel de los tropeles de tritones!

Brazos salen de la onda, suenan vagas canciones,

brillan piedras preciosas,

mientras en las revueltas extensiones

Venus y el Sol hacen nacer mil rosas.

La tarde, con ligera pincelada

Que iluminó La Paz de nuestro asilo,

Apuntó en su matiz crisoberilo

Una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;

Las hojas agravaban su sigilo,

Y una araña, en la punta de su hilo,

Tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de Murciélagos el combo

Cielo, a manera de chinesco biombo;

Tus rodillas exangües sobre el plinto

Manifestaban la delicia inerte,

Y a nuestros pies un río de Jacinto

Corría sin rumor hacia la muerte.

Pag:34

El arte es el creador

Del cosmos espiritual,

Forma su hálito inmortal,

Fe, Consuelo, luz y amor.

Del arte al soplo divino,

Del arte al sagrado fuego,

Surgió en el Olimpo griego

Júpiter Capitolino.

Y a su oleada gigantea,

Hermosa y enamorada,

Sobre concha nacarada

Nació Venus Citérea. (Vv. 155-166)

Pag:41-42

Es el cisne, de estirpe sagrada,

Cuyo beso, por campos de seda,

Ascendió hasta la cima rosada

De las dulces colinas de Leda.

Blanco rey de la fuente Castalia,

Su victoria ilumina el Danubio;

Cinco fue su barón en Italia;

Lohengrín es su príncipe rubio. (Vv. 9-16)

Pag:74


 
 
 

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